Ya se puede leer la obra ganadora del XVI Concurso de relato breve del 8 marzo
Por La Plaza de Sanse
Su autora, Concepción Llorente, ha escrito sobre la educación en valores de igualdad durante la infancia.

El Ayuntamiento, a través de la Concejalía de Igualdad, convoca cada año un concurso de relato breve con motivo del 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres. 

El fallo del jurado, compuesto por mujeres representantes de asociaciones, políticas y técnicas de diferentes áreas municipales ha recaído en el relato titulado “Las jugadoras”. Su autora, Concepción Llorente, de San Sebastián de los Reyes, recibirá un premio dotado de 450 euros. 

Esta convocatoria forma parte del programa municipal del Día Internacional de las Mujeres, centrado en la reivindicación de la igualdad entre hombres y mujeres, a través de la actividades y propuestas dirigidas a toda la población. 

"Las jugadoras", de Concepción Llorente

Desde la ventana de la cocina podía verlo sentado en el bordillo de la acera de nuestro patio interior. El olor de la comida recién hecha inundaba cada recoveco del edificio, anunciando a los cuatro vientos que ya era la hora de comer. Sin embargo, Camilo no se movía a pesar de ese rico aroma que, seguramente, hacía que sus tripas rugieran de una manera descomunal, como siempre que cocinaba su plato preferido: espaguetis con salsa boloñesa. Pero esta vez, Camilo no se inmutaba. Hacía un día espléndido. El azul del cielo parecía sacado de un cuadro de Sorolla y el sol brillaba de nuevo, después de pasar dos semanas de lluvias necesarias y mal tiempo. 

Llevaba como dos horas sentado en aquel bordillo. Miraba hacia el suelo de tierra, mientras dibujaba con sus largos dedos una especie de espiral infinita, que luego borraba y volvía a dibujar. 
−Camilo, ¿qué haces ahí sentado tú solo?, ¿no tienes hambre? –le pregunté intrigada.
−Tía Lucía, ¡qué susto me has dado! Estoy pasando el rato, mientras espero…
−Pero se te va a enfriar tu plato preferido, ¿qué te pasa? Por favor, sube y me cuentas…

Para tener tan solo once años, Camilo era un niño muy maduro. En algunas cosas se mostraba bastante introvertido, pero en otras, todo lo contrario. Le gustaba mucho jugar al fútbol y los videojuegos con sus amigos del colegio. Por desgracia, cuando él tenía cuatro años, perdió a sus padres en un accidente de coche. Camilo sobrevivió y desde entonces vive conmigo. Para mí, su presencia ha sido un regalo. A pesar de su tragedia, la bondad de este niño es inmensa. Me salvó de la tristeza. Yo no tengo hijos y no pasaba por mi mejor momento, cuando sucedió todo aquello. Se puede decir que Camilo fue mi salvación y el motivo para querer seguir viviendo. 

La verdad es que no nos costó nada la convivencia. Desde que nació, ya se había convertido en mi ojito derecho. Hablábamos mucho y de cualquier cosa. Siempre ha sido un niño muy despierto y risueño, pero quizás su mayor virtud sea la de escuchar. A veces, cuando lo hace tan cariñosamente, no puedo evitar llamarle Momo y a él le encanta. ¡Me recuerda tanto a esa niña y a ese libro tan bello! La maravillosa niña que sabía escuchar y quería salvar el mundo de los hombres grises, ladrones del tiempo. Camilo es mi pequeño Momo.

Esa mañana estaba triste. Su voz se apagaba cuando se ponía triste. Y mientras le observaba desde la ventana, viéndole dibujar aquella espiral en la tierra del suelo, podía sentir el escalofrío de que algo no andaba bien. Cuando ocurrió el accidente que lo cambió todo y puso su mundo patas arriba, empezó a tener mucha ansiedad y ataques de pánico. Con ayuda, descubrimos juntos el Zentangle, que viene a ser como el arte de meditar, utilizando el dibujo y los patrones abstractos como principales herramientas. Nos ayudaba a relajarnos y a calmar nuestros malos momentos, por eso tenía la certeza de que algo le estaba perturbando por dentro. 

Pasaban las horas y Camilo aún permanecía sentado en aquel bordillo de la acera de nuestro patio interior, dibujando sobre la tierra aquellos tangles…
−Camilo, por favor, ya son más de las cuatro y todavía no has comido. Cariño, sube de una vez, debes de estar muerto de hambre. Sé que te ocurre algo…−casi le supliqué con un nudo en el pecho. 
−Tía Lucía, no te preocupes, de verdad. Debo tener paciencia, tengo que esperar… Ahora no te lo puedo explicar−murmuró con la voz entrecortada, frunciendo el ceño. 

Al cabo caía la tarde, así que se me agotó la paciencia y me dispuse a bajar al patio en busca de Camilo, para obligarle a subir a casa y que me contara lo que ocurría, cuando de repente aparecieron dos amigos suyos del equipo de fútbol de su colegio. Camilo abrió los ojos como platos y se puso tan pero tan contento, que no paraba de abrazarlos, mientras saltaba de un lado para otro, como si estuviera celebrando un golazo. 
−¡Martín, Hans!, ¡habéis venido! Oleeeeeeeee...−gritaba de alegría dando tumbos. 
−Camilo, queremos jugar contigo, qué más dará así o asá… ¡Somos un equipooo y con ellas mejor!

En ese momento, Camilo sacó su consola de videojuegos portátil de la funda negra, que guardaba dentro de su mochila, y empecé a observar con mucha curiosidad cómo se ponían estos tres mosqueteros a jugar al FIFA, sin entender nada.
− ¡Yo me pido el Barça!, ¡Alexa es una crack! –vociferaban Hans y Martín, casi al unísono.
−¡Pues yo el Real Madrid!, ¡Athenea es increíble! –les decía Camilo sin dudarlo. 

Y así estuvieron un buen rato hasta que los chicos tuvieron que despedirse, cuando sus madres se presentaron en mi casa algo preocupadas. 
−Camilo, seguimos mañana en el parque después de clase, ¿vale? Somos pocos, pero que más da…
−Genial chicos, ¡hasta mañana!

Al fin, Camilo estaba ya en casa. Se duchó, mientras le preparaba la cena. Podía escucharle cantar desde la cocina; estaba rebosando de alegría, a pesar del cansancio que arrastraba. Cuando terminó, nos sentamos a la mesa y le miré fijamente. 
−Mi Momo, mi niño, da gusto verte tan feliz, ¿pero me puedes explicar qué es lo que te ocurría?
−Tía Lucía, todo ha sido por las jugadoras. Yo quería jugar con el equipo femenino de fútbol en la consola, pero los chicos de mi clase no querían. Se burlaron de mí y me decían que solamente se podía jugar con el equipo masculino, porque éramos chicos. Yo no lo entendía, ¿por qué? –Eso es para las chicas−, me decían riéndose de mí. No me dejaron jugar más con ellos y me fui. Les dije que eso era una tontería y que si alguien quería echar una partida con las jugadoras, les estaría esperando en el patio de mi casa. Y así lo he hecho, Tía Lucía. 

Entonces, el pequeño Camilo se levantó decidido, cogió su consola de videojuegos y me mostró la selección femenina de fútbol al completo, para que jugáramos juntos. Sus preciosos ojos verdes me miraron sin pestañear, y con una sonrisa me susurró desafiante casi al oído: 
−De momento, sólo somos tres en este patio, pero sólo de momento−me dijo convencido−. ¡Hasta un ciego podría ver que estas jugadoras forman un ¡EQUIPAZO! 

La Plaza de Sanse 

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